Diferentes
capas, seres relacionándose hacia el centro del mandala urbano. Desconocidos
compartiendo casa, todos observando, nadie atento. Como una misma máscara bien
reconocible, con diferentes caras que la usan y la olvidan, pero que quieren
volver a ponérsela impecable, tras tomarla del suelo. Un escenario con un público
que mira los asientos vacíos esperando el aplauso. Solo les une el amor por el
teatro, que sobrevive porque todos los actores pagan la entrada. Entre
bambalinas están los que lo hacen posible. Estibadores, artesanos, currelas.
Sostienen y cuidan la madera, mantienen la tradición en el backstage, como una
masonería de la costumbre. La pelea entre la fama efímera y una vida dedicada a
las tablas, al elegante olor del tapiz en silencio. Ese extracto de no sé qué
es lo único que se llevan, el mismo aroma que atrae al artista turístico y su
ego ciego.
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