Cuando aterricé en Haití el 28 de Enero de 2010, con otros compañeros de Cruz Roja Española activados para la emergencia, mi primera impresión fue que no había señales cotidianas de recuperación, como pasa en otros desastres, más allá de los primeros días: máquinas de desescombro, gente viéndolas pasar, parándose un momento, charlando en la puerta de los comercios. Cuando regresaba a Madrid, siete meses después, las sensaciones no eran muy diferentes. Muchos niños habían vuelto a la escuela, eso sí, y algunos negocios reabrieron, pero se respiraba la misma atmósfera, tanto entre los haitianos como entre los expatriados: la de la imposibilidad de relajarse para no recaer en el día 0. Toda la gente en Madrid me hacía la misma pregunta: "¿se nota la ayuda internacional?, ¿ha mejorado algo?" Sí y No. La explicación consiguiente les relajaba la expresión confusa: "hemos conseguido que la cosa no vaya a peor, que ya es bastante". Me fui muy cansado pero satisfecho, después de un trabajo intenso y con el pensamiento de que, si habíamos estado viviendo a objetivos diarios, y cumpliéndolos, no debía frustrarme por la inevitable sensación de no dejar nada cerrado, nada solucionado. No en estas circunstancias. Hoy, siete meses después de mi partida, más de un año después del terremoto, estoy de nuevo en mi querido Haití. Y con la perspectiva del tiempo uno percibe que la cosa mejora, que la nueva normalidad no es la ideal, pero que está generalizada, y poder llamarla normalidad es ya un gran avance. Continúa el debate de si la realidad haitiana post-terremoto será un reto imposible o la única oportunidad para esta medio isla ubicada en el sitio equivocado. Pero, para alguien que haya vivido en algún país sub-sahariano, a Puerto Príncipe solo le delatarían los edificios aún por derruir y la cantidad de solares disponibles en el centro de la ciudad. Las calles están sucias, sí, pero menos que en los suburbios de Kinshasa. Las aceras están mucho más ocupadas de misceláneos puestos ambulantes, pero similar a cualquier lugar del mundo en que los datos económicos son una realidad virtual. Y los campos de desplazados siguen ahí, como en Darfur, o en Goma, o en Sáhara. Pero la diferencia es que estos no van a ser campos pequeños, emergencias permanentes. Y eso es lo bueno, que los haitianos se resuelven lo que las autoridades nunca les resolvieron y, gota a gota, los censos vana bajando. La gente encuentra una salida. Algunos campos ya tienen fecha de caducidad. Y los que se quedan, que también se conocen, no diferirán mucho de las favelas lationamericanas. Sí, sé que eso no suena muy alentador, pero es al menos un horizonte al que aferrarse y sobre el que impulsarse. Antes no había ni eso. Lo demás son problemas, tristemente cotidianos, de un mundo que no termina de despertar lo suficiente. Y si la normalidad ha llegado a los afectados, no podía dejar de hacerlo para los privilegiados que tienen la fortuna de trabajar aquí si sufrir esos males mayores. Y es que, al reencontrarme con mis compañeros de la delegación de Cruz Roja Española en Haití he tenido continuos deja vús: la implicación, el crecimiento, los discursos, la decisión al hacer un trabajo enorme, exigente, inevitablemente imperfecto y a veces frustante ante las expectativas. Pero también más auto-crítico, más organizado, más proyectado. Los que aún quedan de nuestras primeras hornadas (Pitu, Carmen, Gon, Dani...) están de salida, conscientes de que hasta ahora había que levantar el pájaro y coger altura, quemando combustible y presionando la cabina, pero también de que ya es hora de descansar y cambiar de pilotos. Pilotos que estabilicen el aparato y optimicen el vuelo para hacerlo lo más eficiente, completo y placentero posible para los pasajeros que no tuvieron más opción que confiar en recibir de nosotros el equipaje mínimo con el que construir un futuro en su nuevo destino. Solo esperemos que este nuevo Haití post-terremoto, con sus inversiones millonarias, sus planes macro y su inminente nuevo gobierno, les ponga las cosas más fáciles que el viejo. Hay opiniones para todos los gustos. Mientras tanto, mis compañeros, como tantos expatriados y locales que siguen en la brecha, irán sirviéndoles las herramientas para crear las oportunidades, o materializar las que surjan. Porque, al fin y al cabo, estaremos para eso. Ni más, ni menos. Y, qué demonios, ayer empezó el Festival Internacional de Jazz de Port-au-Prince. Parece una tontería, pero este son el tipo de señales a los que no podemos resistirnos en responder con una sonrisa y un suspiro de aliento cuando la cantante haitiana entona las primeras notas.